martes, 22 de noviembre de 2011

MI MADRE; LIBRADA BARRIO CASTRO


¡Qué dulce es tu recuerdo, madre mía!
En corazón y mente se entremezclan,
Memoria tuya, lánguida armonía,
Y cálida nostalgia me penetra.

¡Qué fuerte, dulce, y cariñosa era!
Su voz amable todo lo calmaba,
Firmes y suaves eran sus consejos,
Su clara vista todo lo apreciaba.

Primera en allanar y buscar calma,
Piadosa disculpaba y perdonaba;
La paz en ella era cotidiana,
Cariño suyo a nadie le faltaba.

Tus hijos disfrutaban tu presencia,
Tu blando amor buscaban a tu vera,
Teniendo en ti el apoyo y el reposo,
Más fuerte cuanto más humilde era.

¡Tan frágil fuiste tú tan comprensiva!
Tan tierna, tan pacífica y afable,
Que no supimos ver en tu pureza
La noble y gran modestia inagotable.

¡Qué diario renunciar! ¡Qué dulce entrega!
¡Qué plácido escuchar, qué buena amiga!
¡Qué mansos  ojos, cálidos y amables!
¡Qué tímida  humildad! ¡Qué noble auriga!

De fuerte catedral era arbotante.
De sólido crucero fue la clave,
Del gran clan familiar el contrapunto,
Del lago familiar era la nave.

Amada y muchas veces envidiada,
Graciosa, con donaire muy pulido;
Tan bella entre las bellas y galanas,
Prudente donde hablaban comedido.

Sensible hasta la médula más honda,
Despierta, aunque siempre fue discreta.
Serena entre el rugir de las pasiones,
Callada y escuchando siempre quieta.

Sufrió con quien sufría y quien lloraba,
Fue noble, generosa, dadivosa...
Su pan siempre comió con su trabajo
Y madre supo ser... y tierna esposa.

¡Qué sabios sus consejos dispensaba!
¡Qué de hondas confidencias recibía!
Tal paz y amor constante derrochaba,
Que todos de su lado en paz volvían.

Su plácida mirada arrulladora,
Su voz serena a todos conciliaba,
Su blando arbitrio en las rencillas era,
La reconciliación siempre lograda.

No fuiste fantasía de poeta.
Sí, humilde ingenuidad, amor y agrado.
Así eras tú, poema de ternura.
Bordón de apoyo en lucha contra el hado.

Su rústica cantiga arrulladora,
Relatos gratos llenos de razones.
Antiguos cuentos, gratos folletines,
E historias que alegraban corazones.

Tus niños cobijaste con tus risas,
Con ellos compartiste alegrías,
Llenabas el hogar con tu presencia,
Y siempre que fallaban, comprendías.

Fanal luciente fuiste ante tus hijos;
Les diste orientación cuando buscaban,
La buena compañera que algún día,
A tí de alguna forma, asemejara.

Todos te amaron, hijos y parientes,
Amigos todos de tu probidad;
Eras consuelo en toda desventura
Y sabia administrando tu equidad.

Lisonjas mundanales no quisiste
Y no nos enseñaste tal engaño.
Glorioso tu lugar te preparaste,
Confiando en Dios y a todos perdonando.

Letrada no quisiste ser; sí amante.
A esposo y a tus hijos diste su vida,
Mujer de agradecida no encontrara,
Varón, entre sus brazos protegida.

Una entre mil;  entre un millón tú eras.
Yo en torpe glosa quiero ir desgranando
Tu luz, tan suave, lúcida y graciosa,
Que tímida nos fuiste derramando.

¡Qué desazón!  ¡Qué torpes son mis artes!
¡Que mórbidos y endebles mis esfuerzos!
Ni en tinta en el papel pueden glosarte,
Ni aciertan a expresar mis sentimientos.

Madrina del amor y la concordia;
Un hada que nos dio su dulce gloria,
Que supo perdonar y ser sincera,
Llenando de nostalgias la memoria.

Ya no estás junto a mí, paloma amada;
Pasando el discurrir por esta vía,
En medio de los sueños y las luchas,
Jamás se borrará tu tierna guía.

Al caminar por los caminos secos,
Mi mente se refresca en tu recuerdo .
De aquellos años que pasé contigo,
Memoria hago, y olvidar no puedo.

Princesa de la paz; mi dulce madre,
¡Quién diera disfrutar de aquel pasado!
Más ya con tu esperanza anticipaste,
Gozosa tu reencuentro asegurado.

Librada, madre, adiós, tierna alma mía,
Modelo de mujeres; no hay letrado
Tan diestro en arte y en oficio experto,
Que cante con justicia tal dechado.

Adiós, mi dulce amor ¡Hasta la vista!
En Gloria ante mi Dios, en quien espero,
En Cristo, en quién pusimos confianza,
Celados compartiendo su consuelo.



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