Desde que ella se marchó
Nada hice por buscarla
Y en desgraciada ocasión
He venido yo a encontrarla
En el patio de una casa
Para orates terminales,
Con los ojos como brasa
Llego llorando a raudales.
Aquel pelo tan florido
Hoy era, movido al viento,
Pelo hirsuto retorcido
Reflejando su tormento.
Órbitas desencajadas
Que alojaron bellos ojos;
Miradas extraviadas
Imaginándose antojos.
Aquellos brazos turgentes
Mostraban huesos desnudos;
Sus hombros adolescentes,
Encogidos y membrudos.
La boca que yo besé
Con exaltada pasión,
Y aquellos labios que amé
Eran trozos de carbón.
Su risa, que en estallido
Al aire saltaba loca,
Era un horrendo alarido
Que salía de su boca.
El óvalo de su cara
Que suspenso me tenía,
Y gustaba acariciar
A todas horas del día.
Era una mascara atroz
Con la cara retorcida;
Belfo colgando feroz
La frente empalidecida.
Las manos nudosas, secas;
Los dedos como sarmientos,
Surgiendo de sus muñecas
Torcidos y macilentos.
Su cuerpo, que fue un modelo.
Se doblaba cual bordón;
El que otrora era el señuelo
Que exaltaba mi pasión.
Las rodillas temblorosas
Las piernas como esmeril;
No eran aquellas hermosas
Que parecían de marfil.
No me animaba a mirarla;
Estremecido de horror;
Me volví para dejarla
Con un gesto de pavor.
Cuando prendida marchaba
Con
su alma hecha pedazos,
Evoqué
cuando estrechaba
Aquel
cuerpo entre mis brazos.
Un
mar de melancolía
Me
recorrió por el cuerpo,
Y
maldije mi falsía
Quedándome
seco y yerto.
¡Cuanta
belleza y albura!
En
su cuerpo derrochó
La
generosa natura,
¡Y que
arruinado quedó!
Me
arrepentí de mi encono,
Pues el volcán
de la vida
Desde el día
de su abandono
La abrasó
yerma y perdida.
No la busqué, por mi
dolo,
Pues cruel recordaba
herido,
Que me había dejado
solo
Con mi rencor
resentido.
Me acuso de ser
culpable
De no haberla
protegido,
Mi amor no era tan
fiable
Como yo había
presumido.
Ahora mi
remordimiento
Ya no me deja
respiro,
Y es un fiero y
cruel tormento
Que tengo bien merecido.
Si la hubiera
perdonado
Cuando llorosa y
sufriente,
Que indultara su
pecado
Me suplicaba insistente.
Hoy todo tendría sentido
Pues de aquellos extravíos,
Nos hubieran resurgido
Unos amores tardíos.
Mi soberbia y despotismo
Y mi amor propio tan cruel,
La arrojaron al abismo
Y la sumieron en él.
Ten Señor, misericordia
De la pobre desgraciada,
Y borra de tu memoria
Su vida tan desastrada.
Bien penó la pobrecita
Su extravío en su demencia,
Pues a pesar de su cuita
Solo pecó de inocencia.
Tuve una revelación,
De aquel caso miserable
Y llegue a una conclusión;
De aquello, era yo el culpable.
Nunca juzgues sin temor
De lo que tú no estas libre
Y cometas un error
Como yo, de este calibre.
Rafael Marañón Agosto 1973